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CaliKalender

Experiencias en Alemania

By 4 diciembre, 2024No Comments

Esta es la segunda parte de un artículo publicado en la edición número 8 de CaliKalender sobre mis experiencias durante mi año sabático en Alemania. En la parte de la historia que voy a narrar el enfoque cambió, pues se presentó la posibilidad de vivir en Bonn y estudiar alemán, opción ideal cuando se desea aprender un idioma y al tiempo vivir la cultura y el día a día. Asumí entonces nuevos retos en Bonn, ciudad situada en el estado federado de Renania del Norte-Westfalia, capital hasta la reunificación del país en 1990, cuya población actual es de 329.673 habitantes (en tanto Cali cuenta con alrededor de 2.280.000 habitantes). Es la decimonovena ciudad más grande del país y además es el lugar donde nació el compositor Ludwig van Beethoven.

El objetivo era llegar a un nivel intermedio de alemán, que según el Marco Común de Referencia Europeo (MCER) incluye ser capaz de comprender puntos principales de textos claros y en lengua estándar, si tratan sobre cuestiones conocidas; saber desenvolverse en la mayor parte de las situaciones que pueden surgir durante un viaje por zonas donde se utiliza la lengua; ser capaz de elaborar textos sencillos y coherentes sobre temas familiares o en los que se tiene interés personal; poder describir experiencias, acontecimientos, deseos y aspiraciones, así como justificar brevemente sus opiniones o explicar sus planes. Si lograba todo lo anterior podría transportarme sola en tren, utilizar la app de la Deutsche Bahn, comprar mis alimentos y visitar otras ciudades.

En este orden de ideas escogí el instituto Bonn-Lingua, ubicado en el centro de la ciudad, que me ofrecía el curso B1 por un periodo de ocho semanas, con una intensidad diaria de tres horas. En esta escuela tenía derecho a probar si me sentía capaz de asumir este nivel dentro de las dos primeras sesiones: si no, podía cursar el A2.

“Pude cumplir mi sueño de vivir en Alemania como aprendiz y maestra”.

Mi maestra, la señora Dobrinka, era muy exigente, pero a la vez tenía don de gentes e intentaba que todos avanzáramos. El grupo era multicultural con compañeros de África, Camerún, Albania, Turquía, Siria, Chile, Arabia, España y, por supuesto, Colombia. “Coger el ritmo fue bastante difícil, salía a medio día corriendo para que no se pasara el tren, llegaba a la 1:15 p. m. a cocinar, almorzar y estudiar tres horas más, puesto que dejaban entre 8 y 10 páginas de tareas”. Con el pasar de los días fui tomando confianza con el manejo del transporte (al comienzo me perdí varias veces), y pude lograr mayor rapidez para realizar mis deberes. Con los compañeros no había otra posibilidad que hablar en alemán, era el lenguaje común; eso sí, hablábamos a nuestra manera con muchos errores que entre nosotros no sabíamos corregir: lo mejor era que nos entendíamos.

Éramos osados y no recurríamos a traductores, más bien usábamos el lenguaje corporal que nunca falla. Nos escribíamos por WhatsApp y salimos a almorzar un par de veces, hasta formar un grupo amable que siempre buscaba el bienestar de todos. El día de la prueba final teníamos bastantes nervios, pero todos estudiamos y nos esforzamos por sacar adelante el certificado que individualmente marcaba un paso adelante hacia el futuro, pues para algunos significaba una oportunidad de trabajo y para otros el ingreso a la universidad o la posibilidad de iniciar un Ausbildung, un programa de formación profesional dual que combina teoría y práctica. Para mí era el poder regresar a mi casa y a mi trabajo, con la certeza de haber recibido las mejores impresiones y guardado las mejores experiencias brindadas por un país muy diferente al mío, y a partir de lo aprendido poder aportar de alguna manera una visión bicultural y auténtica a la sección Infantil de nuestra Institución.

Al concluir mi año sabático fue importante reflexionar sobre todo lo vivido y reconocer que pude realizar un sueño de vida en dos etapas y dos diferentes lugares de Alemania bastante contrastantes. En el primero, visité y colaboré por dos meses en un jardín infantil ubicado en un pequeño pueblo del sur y logré comprender la forma en que se adelantan los procesos educativos de la primera infancia. En el segundo, fui estudiante en una escuela de idiomas en una ciudad mediana que alberga habitantes de muchos lugares del mundo. Naturalmente, no todo fue color de rosa, pues estar lejos de nuestro hogar requiere mucha automotivación, esfuerzo y sacrificios, además implica colocarnos en los zapatos del otro y respetar diferentes formas de pensar y vivir. Ser ciudadano del mundo no solo se refiere a poder entender y hablar en otro idioma, sino que nos brinda herramientas para adaptarnos y ser resilientes, estemos donde estemos.

 

Por Mary Raquel Enríquez
Docente
Colegio Alemán de Cali

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